Chihuahua, Chihuahua.- Dos cuerpos de tarahumaras momificados y un esqueleto fueron encontrados en la cueva El Gigante, ubicada en el rancho El Manzano del municipio de Guerrero, el mismo lugar donde hace un año se descubrieron otras 8.
Arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia realizaron el hallazgo tras continuar con las excavaciones en el lugar, que corresponde a un cementerio prehispánico cuya antigüedad se estima entre 800 y mil años, donde se han encontrado 10 momias y 13 esqueletos.
El arqueólogo Enrique Chacón, a cargo del Proyecto Arqueológico Cueva El Gigante, informó que el hallazgo del último par de momias y el esqueleto, se registró recientemente mientras se finalizaba la excavación, documentación y registro arqueológico del lugar. Los ejemplares hallados el año pasado, fueron encontrados por tres jóvenes que dieron aviso a las autoridades, y éstas a su vez notificaron al INAH para hacer el peritaje y comenzar la investigación.
Una vez hecho el registro y levantamiento de los restos humanos, éstos fueron trasladados al Museo Comunitario de Historia Regional "Abraham González", y posteriormente se dará paso a la etapa de conservación y análisis, que también incluirá a los objetos con que fueron enterrados los antiguos tarahumaras en la cueva.
Chacón adelantó que entre los estudios de laboratorio que se efectuarán están los fechamientos por Carbono 14, para determinar con exactitud el periodo en el que fueron enterrados los 23 individuos, y el lapso durante el cual el abrigo rocoso fue ocupado como cementerio.
Enrique Chacón detalló que de la decena de momias, tres corresponden a lactantes y el resto a jóvenes y adultos. "La mayoría de los cuerpos se encontraron en posición fetal, y tienen evidencias de que fueron depositados en la cueva en forma de bulto, envueltos con mantas de algodón y de fibras vegetales, similares a los petates, pero que funcionaban como cobijas atadas con cuerdas".
Por correlación, a partir de los objetos con que fueron enterrados y la forma en que fueron colocados los individuos, se infiere que deben tener una antigüedad de entre 800 y 1,000 años; es decir, que la cueva pudo utilizarse como cementerio alrededor de 1000 ó 1200 d.C., refirió el especialista del INAH.
No obstante, puntualizó, los cuerpos no permanecieron intactos desde que fueron enterrados, "hay rastros de que algunos se removieron por lo menos en dos ocasiones, quizá por animales, lo cual propició que algunos cuerpos se conservaran mejor que otros, y que unos se momificaran y otros no".
El arqueólogo abundó que además de los restos humanos se encontraron varios objetos a modo de ofrendas. En la excavación de 2010 se halló una coa prehispánica que se utilizó para el cultivo, un cesto tejido sin diseños, dos cucharones de guaje y varias semillas de chilicote, que es una variedad de frijol silvestre; además de fragmentos de las mantas y cordeles con que envolvieron los restos mortales.
En 2011 se hallaron más fragmentos de mantas, chilicotes, cuentas de concha y de hueso, algunas ensartadas en collares, así como una punta de proyectil completa y un fragmento de otra, pedazos de cerámica, un recipiente y un pendiente de turquesa.
El arqueólogo Chacón dijo que derivado del estudio de las mantas, se han clasificado tres tipos: uno de tejido doble, elaborado con fibras vegetales, posiblemente palmilla, que es un tipo de yuca que crece en la barranca; otro hecho con piel de animal cuya especie aún no se identifica; y uno más de fibras de algodón, más delgado que el de tejido doble y de nudo más apretado.
Al hacer un comparativo a través de la literatura etnográfica y por reportes de trabajos sobre cementerios prehispánicos en la Sierra de Chihuahua, el arqueólogo propone que se trata de un cementerio tarahumara, pero será con el fechamiento por ADN e isótopos, a practicarse en los cuerpos momificados, como se confirmará la filiación cultural.
El equipo de investigación, agregó, está integrado por estudiantes de antropología física y arqueología de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) de la Ciudad de México, y de antropología social de la ENAH-Chihuahua.
Un gigante en la Sierra Tarahumara:
El arqueólogo Enrique Chacón destacó que entre los materiales que conformaron las ofrendas de las momias, destacan las semillas de chilicote, cuya mención aparece en una leyenda que desde tiempos ancestrales hace eco en todas las comunidades tarahumaras de la Sierra y que, de manera mítica, conecta al cementerio prehispánico con un gigante.
"La gente refiere que en las cuevas habitaba un hombre de estatura mucho mayor a la normal, al que llamaban Ganoko, quien se comía a los niños de los indígenas; para defenderse, los tarahumaras decidieron envenenarlo dándole a comer chilicotes; dicen que el gigante se fue a morir a una cueva".
Hasta el momento, dijo Chacón, no se han encontrado huesos de ningún ser humano de tamaño anormal, a pesar de que los nativos insisten en la historia, y de que la figura del ser gigantesco está plasmada en distintas pinturas murales dentro de diferentes cuevas de la Sierra Tarahumara.
"Por eso las semillas de chilicote, que estaban colocadas en el cucharón, a manera de ofrenda, son motivo de un estudio más amplio, tendiente a conectar a la arqueología con la etnohistoria, y con ello recuperar la información que guardan las cuevas de la Sierra de Chihuahua", finalizó el arqueólogo.
Arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia realizaron el hallazgo tras continuar con las excavaciones en el lugar, que corresponde a un cementerio prehispánico cuya antigüedad se estima entre 800 y mil años, donde se han encontrado 10 momias y 13 esqueletos.
El arqueólogo Enrique Chacón, a cargo del Proyecto Arqueológico Cueva El Gigante, informó que el hallazgo del último par de momias y el esqueleto, se registró recientemente mientras se finalizaba la excavación, documentación y registro arqueológico del lugar. Los ejemplares hallados el año pasado, fueron encontrados por tres jóvenes que dieron aviso a las autoridades, y éstas a su vez notificaron al INAH para hacer el peritaje y comenzar la investigación.
Una vez hecho el registro y levantamiento de los restos humanos, éstos fueron trasladados al Museo Comunitario de Historia Regional "Abraham González", y posteriormente se dará paso a la etapa de conservación y análisis, que también incluirá a los objetos con que fueron enterrados los antiguos tarahumaras en la cueva.
Chacón adelantó que entre los estudios de laboratorio que se efectuarán están los fechamientos por Carbono 14, para determinar con exactitud el periodo en el que fueron enterrados los 23 individuos, y el lapso durante el cual el abrigo rocoso fue ocupado como cementerio.
Enrique Chacón detalló que de la decena de momias, tres corresponden a lactantes y el resto a jóvenes y adultos. "La mayoría de los cuerpos se encontraron en posición fetal, y tienen evidencias de que fueron depositados en la cueva en forma de bulto, envueltos con mantas de algodón y de fibras vegetales, similares a los petates, pero que funcionaban como cobijas atadas con cuerdas".
Por correlación, a partir de los objetos con que fueron enterrados y la forma en que fueron colocados los individuos, se infiere que deben tener una antigüedad de entre 800 y 1,000 años; es decir, que la cueva pudo utilizarse como cementerio alrededor de 1000 ó 1200 d.C., refirió el especialista del INAH.
No obstante, puntualizó, los cuerpos no permanecieron intactos desde que fueron enterrados, "hay rastros de que algunos se removieron por lo menos en dos ocasiones, quizá por animales, lo cual propició que algunos cuerpos se conservaran mejor que otros, y que unos se momificaran y otros no".
El arqueólogo abundó que además de los restos humanos se encontraron varios objetos a modo de ofrendas. En la excavación de 2010 se halló una coa prehispánica que se utilizó para el cultivo, un cesto tejido sin diseños, dos cucharones de guaje y varias semillas de chilicote, que es una variedad de frijol silvestre; además de fragmentos de las mantas y cordeles con que envolvieron los restos mortales.
En 2011 se hallaron más fragmentos de mantas, chilicotes, cuentas de concha y de hueso, algunas ensartadas en collares, así como una punta de proyectil completa y un fragmento de otra, pedazos de cerámica, un recipiente y un pendiente de turquesa.
El arqueólogo Chacón dijo que derivado del estudio de las mantas, se han clasificado tres tipos: uno de tejido doble, elaborado con fibras vegetales, posiblemente palmilla, que es un tipo de yuca que crece en la barranca; otro hecho con piel de animal cuya especie aún no se identifica; y uno más de fibras de algodón, más delgado que el de tejido doble y de nudo más apretado.
Al hacer un comparativo a través de la literatura etnográfica y por reportes de trabajos sobre cementerios prehispánicos en la Sierra de Chihuahua, el arqueólogo propone que se trata de un cementerio tarahumara, pero será con el fechamiento por ADN e isótopos, a practicarse en los cuerpos momificados, como se confirmará la filiación cultural.
El equipo de investigación, agregó, está integrado por estudiantes de antropología física y arqueología de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) de la Ciudad de México, y de antropología social de la ENAH-Chihuahua.
Un gigante en la Sierra Tarahumara:
El arqueólogo Enrique Chacón destacó que entre los materiales que conformaron las ofrendas de las momias, destacan las semillas de chilicote, cuya mención aparece en una leyenda que desde tiempos ancestrales hace eco en todas las comunidades tarahumaras de la Sierra y que, de manera mítica, conecta al cementerio prehispánico con un gigante.
"La gente refiere que en las cuevas habitaba un hombre de estatura mucho mayor a la normal, al que llamaban Ganoko, quien se comía a los niños de los indígenas; para defenderse, los tarahumaras decidieron envenenarlo dándole a comer chilicotes; dicen que el gigante se fue a morir a una cueva".
Hasta el momento, dijo Chacón, no se han encontrado huesos de ningún ser humano de tamaño anormal, a pesar de que los nativos insisten en la historia, y de que la figura del ser gigantesco está plasmada en distintas pinturas murales dentro de diferentes cuevas de la Sierra Tarahumara.
"Por eso las semillas de chilicote, que estaban colocadas en el cucharón, a manera de ofrenda, son motivo de un estudio más amplio, tendiente a conectar a la arqueología con la etnohistoria, y con ello recuperar la información que guardan las cuevas de la Sierra de Chihuahua", finalizó el arqueólogo.
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