miércoles, 17 de agosto de 2011

Guerra del narco: crece 400% arresto de mujeres

DIARIO.COM


Con una sonrisa dulce, torpe, Nancy Lilia Núñez ofreció los detalles más importantes de su vida: es una madre de tres hijos, después de haber dado a luz a una hija siete meses atrás, está cumpliendo una condena de 25 años por ayudar a secuestrar a una menor de 15. Estábamos sentados en el Cereso de Ciudad Juárez, un pesado complejo de acero y ladrillo gris. La señora Núñez lleva jeans ajustados y maquillaje en los ojos, como si se dirigiera al centro comercial.

En un momento dado declaró con simple convicción que no tenía idea de que la menor de 15 años estaba siendo retenida para exigir un rescate en la misma casa donde Núñez fue arrestada. Parecía que estaba conteniendo información acerca de los amigos con los que fue detenida. Núñez tiene solamente 22 años. Creció aquí, en una de las ciudades más infestadas por el crimen en el mundo. Pero, ¿estaba ella saliendo con la gente equivocada o es una criminal que merece estar tras las rejas?

Su caso y el de otras es lo que México está luchando por descifrar. El número de mujeres encarceladas por delitos federales ha crecido un 400 por ciento desde 2007, superando el último total de la población carcelaria femenina de 10 mil.

Aquí nadie parece saber qué hacer con esta situación. Claramente, el aumento puede atribuirse en parte al largo alcance de los cárteles de la droga, que se han expandido hacia el crimen organizado y atrayendo a casi todas las personas que pueden, incluidas las mujeres.

Lugartenientes detenidos por los cárteles han dicho a la Policía que algunas actúan como “halcones”. Otras mujeres trabajan como mulas de drogas, asesinas, o como “la gancha” (el gancho), para atraer, con su belleza, a los hombres víctimas de secuestro.

Quizás esto no debería sorprendernos. Más mujeres están trabajando en cada aspecto de la economía, “incluyendo el tráfico de drogas”, dijo Guadalupe Correa-Cabrera, profesor asistente del Gobierno en la Universidad de Texas, en Brownsville.

No obstante, debido a que el sistema de justicia en México es tan opaco, incompetente y corrupto, es casi imposible saber cuáles prisioneros merecen su castigo. Abogados de derechos humanos dicen que esto es especialmente verdad para las mujeres, que son a menudo sin saberlo, utilizadas por los hombres q ue aman. Varias mujeres en la prisión, por ejemplo, dijeron que se dieron cuenta, después de su arresto, que los vehículos que conducían al momento de su detención habían sido llenados con drogas por sus novios o hermanos.

Y en una sociedad tan tradicional como en México –donde las mujeres son responsables de la virtud y el orden, como una vez lo escribió Octavio Paz– la simple implicación en el crimen es suficiente para causar indignación y fascinación.

Los mexicanos (y los televidentes hispanos de telenovelas en los Estados Unidos) simplemente paracen no tener suficiente del crimen femenizado. Una de las novelas más populares en la actualidad en México es “La Reina del Sur”, que narra la vida de una mujer mexicana que llega a convertirse en la más poderosa traficante de drogas en el sur de España. Cuando la cadena Telemundo hizo la telenovela este año, ésta llegó a elevar los niveles de audiencia para beneplácito de ambos lados de la frontera.

Muchas de las mujeres en los reclusorios han recibido notoriedad similar. Eunice Ramirez de 19 años, es la más famosa. Ella fue arrestada en noviembre por atraer hombres en lugares donde podrían ser secuestrados e inmediatamente las fotos de ella en Facebook aparecieron a nivel nacional, la mayoría mostrándola en bikini.

Agentes de la patrulla fronteriza dicen que también han estado atrapando más adolescentes atractivas ataviadas con faldas cortas y drogas pegadas con cinta adhesiva en la zona interior de sus muslos.

El resultado, aquí al menos, es una población femenina de presas conectadas tanto por las pandillas como por la esencia del perfume. La mayoría de las 160 mujeres en el Cereso de Ciudad Juárez –una de varias prisiones con mujeres a unas cuantas paredes separadas de los hombres– tienen entre 18 y 26 años. Al menos una tercera parte todavía está esperando un juicio, la mayoría esta acusada por posesión de drogas o trafico y la vida diaria en sus celdas compartidas parece un centro de detención juvenil.

En las paredes en la celda de Núñez hay un póster de las princesas de Disney, otras están decoradas con pegatinas de corazón.

Este es sin lugar a dudas un sitio peligroso. Los guardias separan a las mujeres, igual que lo hacen con los hombres, por su afiliación con las pandillas. Los conflictos son comunes. “Todos los días”, dice Núñez, mostrando su cuello lleno de moretones, “al menos hay una pelea”. O peor –una semana después de nuestra visita, 17 internos, incluyendo una mujer, fueron asesinados en lo que las autoridades describen como una serie de ejecuciones de bandos con rifles automáticos que ingresaron de contrabando al complejo.

Esto solamente realza el enorme hueco entre el mito sexista del crimen feminizado, como se muestra en la web y en telenovelas, y la más compleja realidad.

La señora Ramírez en particular no está a la altura de su publicidad sensacional. En persona es dolorosamente tímida, habla con un pesado ceceo, apenas como un susurro. Cuando nos conocimos, andaba ajetreada con la visita de su hija de dos años, que tenía el mismo color de ojos ónix de su madre, y un rostro severamente marcado por las quemaduras que sufrió cuando pirómanos incendiaron la casa de la familia después del arresto de la señora Ramírez.

Algunas de las mujeres dicen que ingresaron al crimen para ganar dinero y satisfacer las necesidades de sus hijos. Otras madres, sosteniendo su inocencia, dicen que se sienten atormentadas por las culpas de ser forzadas a abandonar a sus familias. La señora Núñez, quien llegó hace tres meses embarazada, dijo que lo que más lamenta fue haber llegado a convertirse en amiga del grupo involucrado en el secuestro. No obstante a pesar de que varios en el grupo también están internos en el Cereso, ella comentó: “Nunca hablamos. No tengo a nadie”.

De hecho, por encima de todo, las mujeres parecen sentirse solas e incomprendidas. Karla Solorio, de 26 años, sirve tiempo por una condena por drogas, dijo que a menudo lloraba en la noche pensando en su hijo de 7 años de edad.

“Yo sólo soy una marginada”, dijo, secándose los ojos para evitar arruinar su maquillaje. “No soy alguien que trabaja. No soy una persona con una familia. Yo sólo soy una prisionera”. (Damián Cave/The New York Times)


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