lunes, 9 de mayo de 2011

En una marcha los mexicanos piden justicia por los más de 40,000 muertos

CNN MÉXICO


CIUDAD DE MÉXICO.- Se podría pensar que todo inició una noche de marzo, cuando Juan Francisco Sicilia de 24 años, fue asesinado y abandonado dentro de un automóvil en el estado de Morelos junto con otras seis personas. La marcha del domingo demostró que para cerca de 100,000 mexicanos, las muertes de los jóvenes, los niños, los hombres y mujeres comenzaron a ser motivo de preocupación mucho tiempo atrás.

En la Marcha por la Paz y la Justicia, a Javier Sicilia, poeta y padre de Juan Francisco, no sólo lo acompañaban otros padres de familia que perdieron a sus hijos a causa del crimen organizado. También estaban las madres de algunos de los 49 niños que murieron quemados o asfixiados por el incendio de la guardería ABC en Hermosillo, Sonora, al norte del país, el 5 de junio del 2009. Junto a ellos, caminaban familiares de los indígenas asesinados hace más de 13 años en Acteal, Chiapas, y la hermana de la activista de derechos humanos asesinada a principios del año pasado en Ciudad Juárez, Chihuahua, Josefina Reyes.

El contingente que comenzó un recorrido de alrededor de 80 kilómetros el pasado jueves por la mañana desde el centro de Cuernavaca, Morelos, encontró a su paso a pobladores que los recibió con alimentos, palabras de aliento, conciertos de música clásica y hasta regalos.

En Coajomulco, Morelos, el primer punto en el que pernoctaron alrededor de 300 personas, recibieron un árbol de cuajilote, que para los habitantes de la localidad simboliza “fortaleza”. A su llegada a la Universidad Nacional Autónoma de México, fueron recibidos con el réquiem de Mozart. En Topilejo, al sur de la ciudad de México, papel picado le fue lanzado a los participantes en señal de bienvenida.

El árbol de cuajilote se convirtió en el símbolo de la marcha, junto con la bandera nacional que cargaba Julián Lebarón, activista de derechos humanos de Chihuahua, cuyo hermano fue asesinado por una banda de secuestradores.

El domingo por la mañana, el último día de la Marcha por la Paz y la Justicia, el contingente inicial era de alrededor de 1,000 personas, según cifras oficiales y de los mismos organizadores. En el camino de Cuernavaca al DF, se habían sumado unas 700 personas que apoyaban la causa de Siclia.

Al comenzar a recorrer las principales avenidas del sur y centro de la ciudad, gente vestida de blanco esperaba para unirse a las filas encabezadas por un poeta, por activistas de derechos humanos, por un sacerdote que ha dedicado su vida a auxiliar migrantes centro y sudamericanos que pasan por México, por familias que perdieron a sus seres queridos y por luchadores sociales que impidieron que se construyera un aeropuerto.

Otros salieron a las calles para regalar botellas de agua, naranjas, paletas de caramelo o comida a los manifestantes. A diferencia de otras marchas, no se escucharon quejas por el tráfico que se estaba provocando en domingo a medio día. En las ventanas y los balcones de algunos edificios, se alcanzaban a ver a personas saludando desde lejos mientras ondeaban telas o prendas blancas.

Más y más personas se fueron uniendo en diferentes punto de la ciudad hasta alcanzar alrededor de 100,000 que, según datos de la Secretaría de Seguridad Pública del DF, fueron los que llegaron a la Plaza de la Constitución, en el centro de la capital, donde se había convocado a un mitin a las cinco de la tarde.

"No debió morir"

Al llegar al zócalo de la ciudad de México, los activistas que acompañaron en su recorrido a Sicilia y a algunos de los deudos de los más de 36,000 muertos que ha dejado la lucha del gobierno contra el crimen oranizado, se comenzaron a leer los seis punto del Pacto Nacional por la Paz y la Justicia que será firmado en junio en Ciudad Juárez, Chihuahua, y se recordaron a aquellos mexicanos que "no debieron morir".

Más de 100,000 voces se unieron en un coro cuando Patricia Duarte, madre de Andrés Alonso que murió en el incendio de la guardería ABC, comenzó a leer el nombre de los mexicanos fallecidos en los casos más emeblemáticos.

Nombró a los integrantes de la familia Reyes, que fueron asesinados en Ciudad Juárez, a Marisela Escobedo, que fue acribillada mientras exigía condenar al asesino de su hija Rubí, a los niños de la guardería ABC y a los jóvenes masacrados en Villas de Salvárcar en Ciudad Juárez, entre otros.

Primero, tras escuchar los nombres, los manifestantes en la plaza más grande del DF respondían con la palabra "presente" como cuando responde un alumno al momento en que le toman la asistencia. Después, la palabra fue sustituída por "no debió morir".

"Juan Carlos Rodríguez Otón", leía Duarte.

"No debió morir", contestaba la gente en coro, que cada vez respondía con un volumen más alto.

Y así continuó el diálogo entre los activistas sobre el templete, instalado junto a lo que alguna vez fue el templo mayor de los mexicas, y los ciudadanos que escuchaban los discursos parados en la plaza tras varios kilómetros de caminata.

Después habló Sicilia, que leyó su discuro como si leyera uno de sus poemas. En él pedía la renuncia del secretario de Seguridad Pública y acusó al gobierno de estar "enterrando la vida en estados como Durango y Tamaulipas", al norte del país.

Y tras su discurso - poema, pidió cinco minutos de silencio por los hijos muertos y la plaza que había gritado al unísono, "no debió morir" o "fuera Calderón", cerró sus labios. Durante esos cinco minutos, sonaron las campanadas de la Catedral Metropolitana anunciando la misa de seis y los gritos de los vendedores ambulantes que se escuchaban a lo lejos. También se alcanzaban a escuchar los sollozos de algunos que no lograron contener las lágrimas.

Entre los asistentes que dejaban la plaza, se alcanzaron a escuchar palabras de aliento que aludían a un sentimiento de esperanza por un México en paz y sin violencia.

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