sábado, 27 de noviembre de 2010

El camino de una reclusa por drogas para defender los derechos humanos

CNNMexico

CIUDAD DE MÉXICO.- Cuando Rosa Julia Leyva salió por primera vez de la Sierra de Petatlán, Guerrero, no se imaginaba que estaría más de 11 años presa por posesión de heroína y que ahora recorrería universidades, asociaciones y organizaciones policiales para contar su vida en las cárceles femeninas mexicanas.

Alta, robusta y ataviada con un vestido amplio de manta recuerda la noche de 1993 en la que partió de su pueblo. Dejó encargada a su hija Karen, de cinco años, tomó los 800 pesos que tenía ahorrados y se subió con unos compadres en un autobús rumbo a la Ciudad de México, donde llegó al borde del amanecer.

"Veía un montón de luciérnagas, pero no eran luciérnagas, eran luces de la ciudad", cuenta con una sonrisa que deja ver una cicatriz horizontal en su cuello.

El plan era que una prima que vivía en el DF la recogería a las nueve de la mañana e irían juntas a comprar semillas para el vivero de sus padres. Cuatro horas después, su prima no había aparecido.
"Asumí que el paquete era ropa"

Ante el imprevisto, Rosa Julia accedió a volar con sus compadres a Tijuana después de que le ofrecieron pagarle su boleto de avión a cambio de que ella les comprara algunas cosas en Estados Unidos. El trato incluía otra cláusula: cargar parte del equipaje. Le entregaron una bolsa tejida con hilos de plástico de colores, que contenía bolsas negras. Ella asumió que era ropa.

Al llegar al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, Rosa Julia, que tenía 29 años, se sintió abrumada por el gentío. Se quedaba atrás por "babosear" mientras miraba el piso que brillaba y la escultura de metal de dos manos que sostenían un mundo, que todavía se encuentra a la entrada del lugar.

De repente, se encontró sola y rodeada por un perro entrenado para olfatear droga, que comenzó a ladrarle insistentemente. La policía la detuvo de inmediato. Intentó explicar a los agentes que iba con otras personas y que la bolsa era de ellos, pero fue inútil. "Te llevó la chingada", le gritaban. La bolsa portaba diacetilmorfina, popularmente conocida como heroína.

Mientras señala unas cicatrices redondas sobre sus brazos gruesos, rastro de cigarros apagados sobre su piel, asegura que la tortura, con violaciones, se sucedieron durante las siguientes semanas. Le repetían nombres de personas que nunca había escuchado. Con los años, se enteraría de que eran los nombres de los grandes capos de la droga de México.

Comprender tras aprender a leer

Más tarde, también cayó en la cuenta de que había firmado una declaración preparatoria que contenía todo menos lo que ella había declarado: que no conocía a ningún narcotraficante y que ella no se ganaba la vida vendiendo estupefacientes. Lo supo cuando aprendió a leer dentro de la cárcel, luego de estar más de un año presa.

Como agua para chocolate, de Laura Esquivel, fue el primer libro que leyó en su vida. Una novela que la motivó para escribir textos narrativos y poemas que le valieron ser ganadora del Premio Nacional de Literatura Carcelaria José Revueltas en 2002.

Ya fuera de prisión, tomó un diplomado en creación literaria donde conoció a personas que la convencieron para contar su testimonio. Fue así cómo surgieron las invitaciones a foros universitarios, organizaciones civiles y dependencias de seguridad.

En la actualidad, se ocupa de concienciar sobre los derechos humanos de las reclusas de la mano de académicos, funcionarios públicos y expertos en seguridad. Orgullosa, apunta que se ha sentado al lado del Secretario de Seguridad Pública federal y de directores de penales.

Frente a estudiantes y funcionarios, explica que las penas para las mujeres sentenciadas por delitos contra la salud son más severas y más largas que para los hombres, y que para una mujer es más complicado emplearse después de haber estado en la cárcel.

A pesar de esa labor, Rosa Julia no se describe como activista, ni defensora de derechos humanos. Insiste en que ella se gana la vida vendiendo bolsas tejidas y artesanías. Un día le gustaría escribir un libro y su siguiente tarea es terminar sus estudios de preparatoria, y tal vez, estudiar una carrera universitaria.

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